#DeQueHabloCuandoHabloDeCorrer
Esta entrada no trata sobre el libro de Murakami.
Es sobre correr, sobre ese ejercicio que nos arropa en nosotros mismos, cada paso, cada bocanada desesperada de aire, cada kilómetro de asfalto.
Correr, es en esencia el mayor tributo a nuestra soledad.
No creo en clubes de corredores, en esa gigantesca orgía de camisas Nike color turpial rellenas de silicón. Soy asocial, lo sé, pero yo corro para huir de mis propios fantasmas de salud, corro para llegar siempre a mi punto de partida. Sufro cuando corro, pero logro perderme en mis ideas mientras escucho alguna melodía que amortigua mis pasos, entonces, ese sufrimiento le da paso a un estado de quietud, de anestesia...desaparece la sed, las angustias...dejas de correr para sentir como tus talones se separan del piso, vuelas al ras de los latidos del corazón, te pierdes, te reencuentras, te cuestionas, te decides, te despegas de tu cuerpo, te deslastras de las obsesiones, te deconstruyes en mil pedacitos. Te aproximas al estado previo al desmayo, no escuchas las malditas alarmitas de tu reloj que que no saben distinguir entre las arritmias del dolor y el amor de las distancias.
Entonces llegas a una meta que te trae de un solo jalón a la conciencia. Te regalan un cambur, tomas agua, te colocan una medalla de último vagón, estiras tu cuerpo entumecido por el viaje, reapareces, te vuelves carnes otra vez, observas a todos tomándose una foto de grupo con tu misma medalla.
Al final entiendo que soy yo el único que no se siente solo.
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