Cuatro años después.


Hace algún tiempo, el fotógrafo Ricardo Armas me recomendó colgar mi cámara si no conseguía algo que decir a través de mi fotografía. Siempre le estaré agradecido por ese consejo. Mi cámara entró en un gigantesco letargo de más de seis años.
Hasta que un día volví a decir cosas, encontré en la mirada un espejo donde reflejarme, donde proyectarme en el rostro de los otros.

Me pasó igual con las palabras y este blog, así son mis inviernos, tan largos como la nostalgia, tan verticales como un beso bien dado, tan desgarradores como un corazón marchito.

Pero ningún invierno dura para siempre.

Vuelvo a mi laberinto de letras, a mi literatura angustiosa, a mis recetas, a mis copas de vino, a mi tequila, a mis placeres mundanos, a mis incongruencias existenciales. Vuelvo a mi fotografía autobiográfica, a no saber quién me lee ni quién observa mis fotos.

Aquí todo es silencio, aquí no sé quiénes son ustedes, aquí ambos somos invisibles.

Bienvenidos entonces a mi oprobio literario, al inhóspito blog de mis desventuras. Si vienen, los recibo con una copa, les preparo la cena, les pongo buena música, les leo un poema y les hago un retrato con mi cámara.

Aquí no hay trampas, aquí nos vemos a los ojos.

Procuraré vencer a mi volatilidad para ser consecuente con este espacio, que no es más que el diván de un psicoanalista, la sala de la casa de los que me leen, la cocina tres estrellas donde cocino y el corazón destartalado donde habito.








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